Longevidad a través de los sueños

cuentos

( Rafael R. Valcárcel )

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Santiago Velarde Paz, a sus siete años, aparenta ser un hombre con mucho recorrido. Al despertar el pasado 17 de julio, comenzó a hablar como si fuese alguien distinto al que se había ido a dormir la noche anterior. Sus padres, desconcertados, recurrieron a especialistas de toda clase, desembocando en las manos del obispo Jacinto Menéndez Pozuelo, quien propuso un exorcismo. Camino a la iglesia, se arrepintieron. Dieron fe al amor por su hijo.
Algunos medios sensacionalistas de México soltaron las riendas a su espíritu amarillo. No obstante, entre los desperdicios de imágenes, voces y papel, un saber estar atrajo nuestra atención. Las reacciones de Santiago Velarde, ante el acoso de la prensa local, no fueron las de un niño asustado, sino las de un hombre equilibrado. Su autenticidad no se sostenía tanto en las palabras que utilizaba como en su tolerancia para sobrellevar la estupidez ajena. La Pastilla Rosa lo invitó a conversar. He aquí un adelanto que ampliaremos en nuestro próximo número.

Santiago atribuye su madurez a las experiencias que vivió en sueños y que recuerda al dedillo: anécdotas de colegial, la carrera que estudió en la universidad, los detalles de sus noviazgos, la paternidad que asumió a sus hipotéticos 33 años, los domingos en el huerto de Sopocachi, las frases de los libros que lo emocionaron, los contratiempos, los tiempos, sus cumpleaños.
¿Soñaste dentro de ese sueño?
Soñaba cada noche. En uno recurrente tenía un hermano, Gonzalo. Vivíamos en un barrio llamado Lavapiés, donde personas de diferentes razas hablaban idiomas evocadores. Nos gustaba jugar a entender lo que decían.

¿Alguno de esos sueños fue tan real como en el que creciste?
Me ocurrió varias veces y, al despertar, nadie se asombraba. Incluso soñé dentro de esas realidades, pero prefiero no ahondar en ello porque sé que la comprensión nace de compartir, al menos, un indicio sobre lo que se habla. De lo contrario, las palabras se quedan en el asombro o en la incredulidad —sus ojos se tornan traviesos, asumiendo la compleja digestión de su caso.  

Entonces, se podría decir que tienes más de cien años.
Cien, doscientos, mil; para qué contarlos. Las estaciones tienen un sentido, los años no. La carne envejece sólo en el tiempo destinado a la carne, que es el de las estaciones. Las fechas son un invento como los marcadores en un partido. Prefiero jugar sin distraerme en banalidades. Se tiende a buscar la longevidad en ese tiempo lineal cuando es tan simple encontrarla a lo ancho, a través de los sueños.

¿Qué sentiste cuando despertaste este 17 de julio?
Normalidad, hasta que me consideraron extraño. No puedo olvidar lo que he vivido, y tampoco quiero. Quizá, mi único consuelo, dentro de este espacio que comparto contigo y con mis padres, es que mis errores los han pagado seres relativamente imaginarios. Lo aprendido será un regalo para quienes compartan mi futuro no sólo de carne y hueso. Me queda mucho por soñar.
 por Rafael R. Valcárcel
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