La materia de la felicidad

cuentos

( Rafael R. Valcárcel )

cuentos

Le fascinaban los bebés. Todos los bebés. Los niños de más de dos años, no. Unos pocos le gustaban y con casi ninguno se sentía a gusto. Lo que sentía era pena. Pena y frustración.

El olor de un bebé, sus pequeñas manos, los dedos finos y suaves, la sonrisa dulce y su mirada inocente despertaban en él ternura. Nada más. La fascinación que lo inundaba nacía de la posibilidad.

En la Convención Iberoamericana para el Desarrollo de 2001, celebrada en el Distrito Federal de México, Alvarado Campos sostuvo: No hace falta ser un genio para darse cuenta de que nuestros conocimientos avanzan mucho más rápido que nuestra conducta. En teoría, sabemos cómo cuidar el ecosistema, sabemos cómo convivir en paz y sabemos cómo respetar los derechos humanos. En teoría, sabemos cómo ser lo que no somos. Si comenzásemos a educar a los bebés bajo un esquema coherente con esos valores, la teoría sería una realidad. Sin embargo, preparamos a nuestros hijos para que salgan adelante en esta sociedad competitiva, donde un niño que empuja a otro niño para quedarse con el juguete es algo totalmente normal, donde una guerra —aunque eso sí no lo justifiquemos— también sigue siendo normal.

Omar Alvarado, en su adolescencia, fue arrestado por actos vandálicos. Había constituido un diminuto grupo subversivo de corte ecologista. No se sabe si llegó a empuñar un arma o si únicamente pegó carteles e hizo pintadas en las paredes. Los documentos del caso desaparecieron gracias a los contactos de sus padres. La condena, correspondiente a su clase social, fue ir a estudiar al extranjero. La cumplió con entusiasmo, porque nunca dejó de pensar en su revolución. Una licenciatura de sociología y otra de pedagogía sólo lo llevaron a replantearse el cómo. Comprendió que sería imposible alcanzar un mundo armónico con personas desequilibradas emocionalmente y que, en el mejor de los casos, a sólo algunas les alcanzaría la vida para estabilizarse así mismas.  La respuesta del cómo estaba en los bebés.  

Convención de 2001. Prosiguió: Durante los dos primeros años, el cerebro adquiere la mayor cantidad de información del entorno con el propósito de subsistir en él. Nuestros valores sociales prácticos quedarán almacenados en su inconsciente y condicionarán, poco o mucho, su conducta futura. Y, para no romper la tradición, se le enseñará la teoría del ciudadano ejemplar y aprenderá a controlar sus impulsos. Controlar lo que ya es.

Pocos meses después de la convención, Omar Alvarado fundó en su ciudad de residencia, Lima, un centro de educación piloto en el que aplicó sus ideas pedagógicas. Pretendía comprobar si eran viables para después conseguir que se implantaran en el país y, tras los logros obtenidos, tener una posibilidad real de exportar el modelo al resto del planeta. Se requería una acción global. Pero, primero, había que recorrer el camino. Contrató a 11 educadores que compartían su visión. Entre ellos, contaba con psicólogos, sociólogos, dietistas y músicos. A continuación, Omar se focalizó en escolarizar, tras prolongadas entrevistas familiares, a sus primeras alumnas: 12 mujeres embarazadas de menos de tres meses.

Cada año, ingresaban 12 nuevas mujeres, que asistían al centro de lunes a sábado. Las clases empezaban a las ocho de la mañana y terminaban a las cuatro de la tarde. Sus respectivas parejas, padres y suegros, en cambio, sólo iban los sábados, salvo cuando disponían de vacaciones para participar diariamente.

Al proceder de una familia adinerada, Omar Alvarado se pudo permitir el ofrecer una enseñanza gratuita a cambio del compromiso. Además, intentando emular a un estado correcto a pequeña escala, otorgaba ayudas a quienes no podían cubrir las necesidades básicas de sus hogares con un solo ingreso. Dio pocas. El centro educativo estaba situado en un barrio de clase media y Alvarado procuró que las alumnas viviesen cerca unas de otras.

Las jornadas transcurrían entre sesiones de relajación, música, lecturas sobre diversas corrientes educativas, conversaciones, terapias conductuales, bailes, cursos sobre alimentación, cocina, cultivos, ecología y canciones que posteriormente cantarían a sus hijos. Algunas de ellas eran populares, pero con las letras modificadas (haz clic aquí para ver un ejemplo); y la mayoría, conservando acordes conocidos, las construían de raíz (haz clic aquí para ver un ejemplo).

Otro asunto que tomó con suma delicadeza fue la creación de una biblioteca de cuentos con tirada unitaria. Los solicitaba a distintos escritores, imprimía desde su ordenador un ejemplar de cada título y lo anillaba él mismo. No era fácil que te aprobase una historia. Le envié siete. Me aceptó dos. El cuento debía cumplir una serie de requisitos pedagógicos sin restarle divertimiento a la trama. Se descartaba todo personaje que generara una predisposición de alerta al engaño, la picardía, la rivalidad o la competencia. No se hablaba de obediencia o desobediencia, sino de curiosidad, sensatez y respeto. No existían armas de guerra, sino herramientas para cazar lo necesario. No había buenos ni malos, sino seres con un rol útil. Y ante ese exceso de idealismo, mi reacción fue decirle que estaba produciendo conejos para un bosque con lobos. Más adelante, entendí que lo que buscaba era desaparecer a los depredadores.

Convención de 2001. Prosiguió: Algunos dicen que la mejor forma de educar a un niño es asistiéndolo apenas llora y la corriente opuesta sostiene que hay que ignorarlo para que deje de quejarse. Y sin duda hay cabida para una tercera o cuarta o quinta metodología. Pero no debemos olvidar que la metodología será más o menos efectiva de acuerdo al fin que deseamos alcanzar. Así que lo primero que debemos tener en claro es para qué educamos a nuestro hijo. ¿Quiero que sea una persona que esté sobre las demás a toda costa? ¿Una que sepa defenderse de sus salvajes congéneres? ¿O queremos que sea simplemente competitiva? ¿O sumisa y dócil? ¿Una anarquista? Sí y no. Rascando en el inconsciente, se le educa para que sea feliz. Y uno, que depende de su entorno, no puede ser feliz solo. Necesita que los demás también lo sean.

Cuando visité su centro educativo, quedé encantado. Una acción es suficiente para transmitir ese ambiente: Un niño, no mayor de  tres años, se alimentaba a la vez que me daba de comer a mí y a los padres de otro alumno, a partes iguales, de un plato común.

Sobre la religión, decidió no entrar en el envoltorio de ninguna en concreto. Para cualquier creyente, Dios es amor y, por tanto, sin necesidad de mencionarlo, lo hacía presente. Omar consideraba que los ritos particulares debían ser transmitidos por los propios padres, “porque el niño aprende con el ejemplo y la coherencia”.

Convención de 2001. Culminó: “Que un gobierno tenga tendencia de izquierdas o de derechas es poco relevante si brinda a sus ciudadanos una educación íntegra. Es la inversión más segura. Una persona lúcida y feliz no mata al vecino, ni roba un banco, ni tira basura por doquier, ni engaña a sus colegas o empleados, ni intenta sacar provecho a costa de otro. Pero no podemos pasar por alto que una persona lúcida y feliz tampoco trabaja en lo que no se realiza, ni obedece órdenes que van en contra de sus principios. Una persona lúcida y feliz no es rentable para los gobernantes de hoy”.

En diciembre de 2007, Omar Alvarado Campos dejó el centro. Ni si quiera sus seres más cercanos conocen su paradero. Saben que está vivo, pero no qué hace ni dónde. Especulan, por supuesto. Que se cansó de su utopía. Que se marchó con una muchacha. Que se convirtió en misionero. No estoy de acuerdo. Mi teoría es otra. Conociendo sus ideales e intenciones, está trabajando en la segunda etapa de su proyecto. Quizá estime que la única manera de implementar su enfoque educativo a nivel nacional es teniendo la autoridad para hacerlo. Me lo imagino recorriendo los andes, exponiendo sus ideas en poblados insignificantes, casi perdidos, recolectando firmas para formar un nuevo partido y presentarse a las próximas elecciones. Espero no equivocarme. Espero que no sigamos equivocándonos.
 por Rafael R. Valcárcel
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