El hogar cabe en 12 papeles

cuentos

( Rafael R. Valcárcel )

cuentos

El flash, cual luz que anuncia la aparición del inconsciente, si bien sorprendió a los habitantes de San Pedro Guacana, dejó boquiabierto al fotógrafo Klaus Dreyer, quien nunca imaginó que la superstición de “robar el alma con una foto” fuera algo que pudiese existir en pleno albor de la globalización. Y como en ese pueblo también consideran que la letra con sangre entra, los oriundos se las arreglaron para que Klaus aprendiera sus creencias. Primero sacaron el carrete para ofrecérselo al sol e, inmediatamente, prendieron fuego a la cámara; después arrastraron al forastero hasta el cementerio sin cruces, tirándole de las ropas, desnudándolo poco a poco y, previo al final, lo enterraron hasta el cuello junto a las tumbas de otros profanos. A la mañana siguiente terminarían con la lección.

Ese atardecer, Gonzalo el Pastor, al regresar con sus ovejas, vio sobresalir en el llano la cabeza del forastero y se acercó a él con absoluta normalidad.
—Por favor, ayúdame.
—Si estás ahí es porque te lo mereces.
—Si me sacas también será porque me lo merezco.
Gonzalo miró hacia el lado opuesto del pueblo y preguntó:
—¿Hay mucho para ver?
—Sí, te puedo mostrar cientos de foto —Klaus no terminó la última palabra, puesto que temía sufrir más daño.
—¿Dónde las tienes?
Klaus no quiso responder, pero, al ver al hombre alejarse con sus ovejas, superó el miedo al dolor gracias a su pánico a la muerte.
—Están en la posada del pueblo, en mi mochila.

El Pastor recuperó la mochila y se la entregó intacta a su dueño, quien esperanzado le pidió que sacara las fotografías. Ahora bien, anticipándose a un posible empeoramiento de la situación, le prometió que rompería aquellas donde apareciese gente, remojando las imágenes en agua bendita para liberar sus almas. En cambio, sobre las que sólo mostraban paisajes y edificaciones, le habló todas las maravillas que pudo antes de que amaneciese y, al ver el inicio del alba, probó suerte:
—Yo puedo llevarte a todos esos lugares. Sólo tienes que sacarme de aquí.
—Yo no quiero ser tu rebaño. Iré cuando lo decida.
Gonzalo escarbó con sus manos hasta que Klaus pudo seguir haciéndolo con las propias. Una vez liberado, en agradecimiento, el fotógrafo le regaló la otra cámara con la que viajaba: una Polaroid de 12 exposiciones. Y para no enfadarlo ni ofenderlo, le dijo que podría retratar cosas que no tuvieran alma.

Gonzalo el Pastor se quedó con la cámara y el deseo de viajar. Durante semanas, estuvo dubitativo, con el dilema entre conocer el mundo y no abandonar a sus seres queridos.

Cuando llegó el día en el que decidió no separarse de su hogar, cogió la Polaroid y, a escondidas, fotografió a cada uno de sus 12 familiares cercanos. Viajaría con su hogar cobijado en esos 12 papeles, dejando los cuerpos atrás. Al fin y al cabo, a su regreso, todo volvería a la normalidad con un poco de agua bendita.
 por Rafael R. Valcárcel
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